El oro, la flor, la madera. La suntuosidad, el arte efímero, el patrimonio. No se conciben nuestras procesiones sin que los tronos estrenen ese vestuario colorista y genial que aportan los floristas y que singularizan cada salida con inagotable creatividad. Juan Fernández, miembro de la Comisión de “El Anda” y de la Comisión de Arte, pone el foco sobre la relación, que no siempre fue bien avenida, entre el arreglo floral, la ornamentación de talla y su conservación. Es el difícil arte, en fin, de encontrar la medida justa.
Juan Fernández Saorín
Mientras en gran parte de Castilla el trono es una mera peana con mínimos adornos que sirve de soporte para portar las imágenes, en el sur el trono se entiende como altar o capilla móvil, que además viene a resaltar y/o engrandecer la imagen que porta y a la que va destinado. El trono no deja de ser una auténtica construcción arquitectónica en la que, a una estructura interna, ya sea en madera, ya sea metálica, se adhieren grandes tablones con tallas sobrepuestas o tallados de forma calada. Por lo general, además de tallas con formas geométricas, los tronos se suelen enriquecer en mayor o menor medida, ya en función de la propia imagen y/o del estilo por el que opte el autor, con motivos vegetales y florales.
Y es en este último aspecto en el que me quisiera centrar, en la dicotomía con la que nos podemos encontrar entre optar por una ornamentación floral planificada en función de la ornamentación de talla, normalmente de motivos vegetales, que el propio trono pueda poseer, o realizar ese arreglo floral sin tener en cuenta estos elementos decorativos del trono. Afortunadamente, cada vez se opta con mayor frecuencia por la primera opción.
De hecho, si echamos la mirada hacia atrás y comprobamos cómo se ataviaban floralmente los tronos en comparación a como se hace en la actualidad, en la mayoría de los casos observamos una clara y ascendente mejora y un creciente buen gusto en los trabajos florales. Unos trabajos que en no pocos casos llegan a la consideración de artísticos por la labor que llevan detrás, que incluye todo un proceso de estudio del paso en su conjunto, considerando el trono con su diseño y características, las imágenes que porta, la cofradía en cuestión, la procesión en la que desfila, y un completo estudio de las flores y demás elementos que pueda incluir el arreglo, su tonalidad cromática, etc; no es extraño, incluso, que se elabore un boceto previo para dar una idea del efecto final. En fin, que no se trata solo de poner flores.
En los arreglos pretéritos podíamos observar en muchos casos una amalgama inhóspita de tallos y flores, una frondosidad que en pasos como, por ejemplo, El Prendimiento, de Lozano Roca, llegaba incluso a ocultar la imagen de Malco, que como todos sabemos se sitúa acostado en el suelo, intentando evitar que san Pedro aseste su golpe con la espada para cortarle la oreja. Es justo decir, sin embargo, que buena parte de esos recargados arreglos tenían como intención el disimulo del mal estado en el que se encontraban los tronos.
Afortunadamente, a finales del siglo XX y en la primera parte del siglo XXI, las cofradías se lanzaron a un intenso proceso restaurador, especialmente motivado por la aparición de la Comisión de Arte, un actor importantísimo en este positivo devenir de nuestra Semana Santa. Amén de los procesos que supervisaba la propia Comisión, el nuevo marco normativo establecía en un artículo clave que las cofradías tenían la obligación de restaurar su patrimonio previamente a la propuesta de realizar un nuevo paso, lo que conllevó claramente al florecimiento del propio patrimonio que poseían las cofradías, reencontrándose con un tesoro que tanto las crisis como la propia desidia dificultaban poner en valor.
Extraordinarios tronos como los de Ntro. Padre Jesús Nazareno, de Santa María Salomé, de Santa María Magdalena, de San Juan o del Stmo. Cristo del Consuelo, por citar algunos, todos ellos restaurados por el restaurador ciezano Bonifacio Pérez de Yébenes, u otros valiosos tronos restaurados por otros autores recuperaban y se reencontraban con un esplendor perdido durante años, que ahora refulgen para envolver a las imágenes que portan. Otros, por otra parte, al tiempo que eran restaurados se verían enriquecidos con la aportación de nuevas tallas.
En cualquier caso, las restauraciones han conllevado que los arreglos florales sean más comedidos, pues ya los propios tronos poseen talladas flores, hojas de acanto, hojarascas o tallos vegetales, una decoración que simula el paraíso que buscamos, y en el que ya se encuentran los Santos que las imágenes representan. El clavel y el gladiolo, especies florales más propias de otros tiempos, han dejado paso a la orquídea, la rosa, el lirio, la esterlicia o el anturio, que de forma amigable complementan con una explosión de belleza a lo ya tallado y sin crear conflicto ornamental con ellas, en la medida de lo posible. El florista ha adquirido la condición de artista para decorar el trono de forma sencilla y a la vez sutil, sin pretender imponer su posición ventajosa para convertirse, de forma muy acertada, en una especie de servidor de la obra de arte. El cada vez mayor respeto a la talla hará que el irremisible deterioro por el paso del tiempo y el uso se produzca a largo plazo y en mejores condiciones.
Es por ello que desde aquí es mi deseo felicitar el extraordinario trabajo que realizan en pro de nuestra Semana Santa los diferentes floristas tanto profesionales como aficionados de las propias cofradías, que inundan de una belleza arrebatadora nuestros pasos y de aromas embriagadores el recorrido procesional, poniendo la flor al servicio de la talla.